30.1.08

El Monstruito

En las economías del primer mundo, la gente tiene plata para gastar y la industria tiene plata – y mercado – para crear productos que harán de su vida una más grata, fácil y amena. Por ello, en esos locos años 20 y antes de la Gran Depresión comenzó a comercializarse un artefacto eléctrico que se conecta a la cañería del desagüe de su cocina y que aún goza de gran popularidad. Al conectar la corriente eléctrica, giran unas hélices a gran velocidad que trituran ‘casi todo’ lo que se le cruza. Sirve para no tener que botar la comida al basurero y evitar tener que compartir espacio con olores de descomposición y ese agradable juguito de basura.
De paso, adquiere vida propia. Y dado el contacto que tiene con alimentos en camino de descomposición, este artefacto puede convertirse en un monstruito con mucho poder. Puede odiarle sin rencor convirtiéndose en una criatura que amenaza con tapar todas sus cañerías y las de sus vecinos, recordándole amablemente todo lo que usted le que usted, con infinita bondad, le ha ofrecido en las últimas semanas.

Se trata del InSinkErator que, según sus promotores, asegura que puede tragarse una piña sin problemas. Entera. Créanme que me muero de curiosidad de intentarlo, pero no me atrevo pues ese monstruito me odia. A mi llegada creí en la bondad del monstruito y le ofrecía las cáscaras de cebolla, de huevo, restos de tomate y demás comida que sobraba durante la preparación y una vez terminada la ingestión. Nuestra relación iba muy bien, así que tomé el siguiente paso: ofrecerle las cáscaras de plátano, algo que ningún monstruito podría rechazar. En realidad pensaba que le gustaban y que forjábamos una relación muy sólida y enriquecedora. Al cabo de un tiempo me hizo saber que no le gustaba: rechazaba nuevos productos y un día me devolvió todo lo que le había regalado durante más de una semana. Con olores, texturas y fluidos incluidos.

Ahí se declaró la guerra. Llamé al ejército de mantención de mi edificio para que dominara al monstruo. Y lo hicieron, así que a los pocos días y en son de venganza le obligué a comer lo que desató la (otra) catástrofe. Cociné algo en base a maíz, por lo que le ofrecí al monstruo los restos del choclo: las mazorcas y las cáscaras y ningún gramo de maíz. No le gustó al monstruito, porque no alcanzó a tragarse media cáscara cuando se taimó. Y no se trataba de una maña cualquiera porque apagar y prender no funcionaba. Había que ‘dentrar a picar’.

Pero como hace pocos días había venido a mi socorro el ejército de mantención, no quería también destruir mi orgullo siendo el pobre latino idiota que no sabe cómo funcionan los electrodomésticos y debe llamar a los mercenarios otra vez. Os aseguro que sé cómo funciona (la electricidad, las hélices, la fuerza centrífuga, el agua como vehículo para ayudar en la evacuación, etc.), y también sé que me odia. Así que tomé el toro por las astas y llevé la justicia a mis propias manos: lo desarmé.

Sangró hediondamente y retiré lentamente las dagas de maíz que yo mismo le había clavado. Le pedí perdón y volvió a la vida, pero en la cirugía reconstructiva fallé: tenía una pequeña herida que humedecía lentamente y sin mucho ritmo gran parte de la cocina.

Sin soportar más el sufrimiento (o llámase hedor, inundación, etc.) había decidido someterme a la humillación de llamar a mantención otra vez cuando veo que llegan sin llamado previo. Ingresan al departamento del lado y me avisan que estaba inundándose de las cosas que yo cocinaba, que las cañerías de este edificio son tan antiguas y que el sistema es tan absurdo que hay que desarmar todo. Terminé siendo una víctima de la incompetencia arquitectónica, revivieron al monstruito y mi orgullo se mantuvo intacto de mi casa para afuera.

Todo volvió a la normalidad, los de mantención mantenían (claro, es su función) contento al monstruo y yo me mantenía (y veía que comenzaba a ser la mía) alejado… Hasta que la tentación y la bondad se sobrepusieron y le ofrecí un tomate. Y se lo comió, muy a gusto, pero tan a gusto estaba que también se comió mi pimentero, de vidrio, completo.

Comprendí que esta relación sería siempre compleja, con muchas pelotitas negras dispersas por la cocina y con un suave olor a pimienta en mi hogar. Hoy llego a pensar que este monstruito es quizás la encarnación de esa querida-pero-a-la-vez odiada casetera que solo a veces se comía las cintas y que pasó a mejor vida con esos discos plateados que se usaban… antes.

17.1.08

El Súper

De un buen tiempo hasta hoy que los Estados Unidos de América dejó de ser una sociedad industrial: es hoy una sociedad de consumo (un sector más progresista dirá que es una sociedad que se consume, pero no es mi intención dirigirme hoy en esa línea, para eso estaba el Fortín Mapocho). Por lo mismo el ícono ya no son las industrias de la General Motors (yeneral motors) ni la Chrysler (kraisler): Detroit (esto sí saben pronunciarlo, doble sentidistas) ya es casi una ciudad fantasma.

El ícono hoy es Wal-Mart (ualmart). Sí, esa tienda que nace de Sam Walton (sam ualton), un hijo de granjeros de Oklahoma (oclajoma). Abre su primera tienda en su estado natal pero el primer Wal-Mart hecho y derecho se erige en Bentonville, Alabama. En 40 años, y ya desde los cielos, este señor ve crecer su negocio a magnitudes imperiales: Wal-Mart tiene hoy más 6.200 supermercados en el mundo, emplea a más de 1,6 millones de personas y hay solo pocos puntos en Estados Unidos continental que están a más de 60 millas (96 kilómetros) de una tienda Wal-Mart. El sueño americano como supermercado, y el consumo americano dentro del supermercado.

Wal-Mart, como Líder y Jumbo no vende solo comida sino que desde ropa 4XL (¡!) a neumáticos, desde artículos de camping a refrescos, desde disfraces para Halloween (jalogüin) a decoraciones navideñas, desde salchichas y hamburguesas a armas de fuego y municiones. Sí, pueden comprar una escopeta, cartuchos y, según las fechas que indica el afiche en la sección correspondiente, salir a cazar squirrels (skuerrels), deer (dier), o incluso bears (bers).

Me voy a detener en la sección comida, que calculo que ocupa entre un 20 y un 25 por ciento del área destinada a los productos que usted pone en su carro de compras. Hay variedad, sí, pero no tanta como puedan imaginar. Corrijo, la variedad está concentrada en artículos que uno o bien no necesita o bien no le importa cuál compra.

Me explico.

La limpieza: Dos pasillos (cuatro estanterías completas de cabo a rabo, luego de álgebra muy simple) están dedicadas a cleaning supplies (clining suplais). Si bien me considero un aliado del orden y participo en esas batallas bisemanales de ‘limpieza profunda’ no me importa si el desengrasante es en polvo, líquido, gel, gaseoso, comprimido o plasma, solo quiero que limpie la cocina y el baño. Punto. Tampoco me interesa si el detergente de ropa tiene chimuchinas que reviven los colores fuertes, o que protege los blancos contra los rayos UV o que incluso puedan cocer las papas de los calcetines.

La oferta (en limpieza) es abrumadora y como no tengo estructura de preferencia alguna en esta crucial dimensión de la vida, la libertad de elección se convierte más en una condena que un privilegio: todas las opciones son válidas y valen casi lo mismo, por lo que elegir un detergente (¡¡un detergente!!) puede llevar más de cinco minutos. Son estos los momentos en que uno se convence que en esta tierra la libertad debiese dejar de ser una obligación. Si a eso le suma usted que también necesita llevar un champú, cancele la pichanga de la tarde.

Los chips: Un pasillo completo (¡dos estanterías!) de chips (chips): papas fritas, pretzels, nachos, palomitas de maíz, doritos, todo de todos los sabores imaginables y salsas de todo tipo para acompañar. Horror. Pero como no soy de juntarme a ver partidos de fútbol americano con nachos y salsas de ‘queso’ omito ese pasillo de mi circuito bisemanal.

El arroz: Wal-Mart vende solo tres tipos de arroz. ¡Factura $345 billones (millones de millones) de dólares y solo venden tres tipos de arroz! Peor aún, de esos tres tipos de arroz, dos son precocidos, por lo que un refinado paladar arrocero debe conformarse con algo que solo se distingue como rice (rais). Es como en Cuba, en que a uno le ofrecen carne y ante la pregunta ‘¿qué tipo de carne?’ te dicen ‘carne’ (¡me escuchara don Sam Walton que promovió activamente la privatización y el capitalismo en Centroamérica!). Solo sé que este arroz que venden aquí es de grano largo y es más bien fino, pero tanto tiempo no tengo como para contar cuántos vienen partidos para determinar si es Grado 1 o Grado 2.

El Queso: Soy un amante del queso. Mi deporte favorito consistía en tomar un cuchillo, una tabla para cortar, un trozo de queso, rebarnarlo y comerlo pacientemente mientras se tostaba el pan que luego se untaba generosamente con queso crema. Lo último lo puedo hacer pues el queso Philadelphia es barato y abundante. Pero si la oferta en marcas de queso es abrumadora, la oferta en tipos de queso es terrible: ‘queso’ cheddar (laminado o en cubo), algo que le llaman suizo (tiene un poco menos de colorante que el cheddar, es dulce y con hoyos simulando el gruyere) y algo que se supone que es mozzarella, pero lo único que tiene de esta delicia de búfala es el nombre, porque es seco. Nada de Edam, Emmental, Parmesano no rayado, queso de cabra, ni mantecoso. Por último chanco – la desesperación me lleva a bajar los estándares – pero nada, al menos no en Wal-Mart. Menuda idiotez, venden rifles en el supermercado y no venden queso de cabra.

Otras observaciones de carácter anecdótico (a como si las anteriores no lo fueran):

Las dimensiones: Todo es grande, no solo el trasero de las señoras que vienen a comprar (¡uf!). Si usted quiere detergente de ropa, entonces tiene que llevarse 6 litros. Si usted quiere servilletas entonces tiene que llevarse 600. ¿600? Sí, no exagero. Todavía tengo el primer paquete de servilletas que compré hace cinco meses. Solo ha bajado ahora que tengo resfrío. ¿Quiere detergente para lavar platos? Pues llévese este práctico y liviano envase de 2 litros. Y por las dudas, no es concentrado, es ultra concentrado así que se lo va a tener que llevar cuando se cambie de casa.

La comida congelada aquí no se reduce a las hamburguesas Paty o esos sucedáneos de pescado Findus. Aquí se dispone de un pasillo completo de congeladores solo para frozen pizza (frousen pitsa). Y dos pasillos completos para platos congelados en tamaño individual o familiar. ¿Pollo Teriyaki con papas duquesas? ¿Filete de Salmón marinado a la japonesa? ¿Chancho a la Szechuan con arroz y verduras? ¿Lasaña de carne o de cuatro quesos? ¿Pollo asado con puré o a la Parmiggiana? Si lo hubiera puesto en su microondas cuando comenzó a leer esta burrada su comida estaría lista.

Provecho.

Posdata: Me acabo de imaginar a Sam Walton (QEPD) echándole el ojo a Josefina Correa. Valor.
Posdata2: Recién ayer descubrí la sección de quesos del supermercado pituco del barrio. Alegría.

3.1.08

Apariciones

No, no se trata de la resurrección de Juan Diego (ande, que si no lo sabe, búsquelo). Ni la esperada mutilación de genitales del señor Montt en un rito teotihuacano. En Guanajuato, capital del estado homónimo de los Estados Unidos Mexicanos, apareció ante mis ojos Andrea Tessa. La mismísima, y al poco de recuperarme de una indigestión de antología. Desconozco si llegó a México siguiendo la ya conocida y fracasada peregrinación de músicos chilenos o la de turistas, pero sí debo reconocer que no me emocioné. Ni un ápice. También apareció - para mi mala suerte - no solo una, sino dos muestras de la desagradable voz de Beto Cuevas, y uno de los cobradores automáticos que con tanta gloria y aún más pena desfilaron por esos hijos del demonio de color amarillo comandados por los resurrectos de Lucifer. De esos mismos que llegaron a Chile porque en Argentina se dieron cuenta de lo mismo que en Chile... y que ya deben de estar pensando aquí en Guanajuato: que nadie los usa.

Apareció también una duda, que amenazará la traquilidad que busco en este andar hacia la costa de Michoacán (que no incluye ninguna reunión con el Subcomandante Marcos ni por el estado de Chiapas). Y, aprovechando los esfuerzos de la brigada del ocio que aquí se congrega, recurro a vosotros. Señores, ¿cómo sabe un ciego dónde poner el dedo para leer los mensajes en Braile en el metro? Si ya llegó a la escalera - que es más fácil de encontrar que el mensaje - se me ocurre que ya sabe dónde está.

Agrego que la iniciativa de las pastillas de carbón es un poco tardía... y para la próxima que no sean pastillas de carbón que de poco y nada sirven. Comprobado.

Lástima que justo hoy no hay reunión de Neuróticos Anónimos, ahí mismo frente al Mercado de Hidalgo.