3.12.07

En el País de los Ciegos

Sí, ya todos sabemos la estima que recibe el tuerto. Nunca he sido muy fanático del uso de adagios o refranes, los considero una manera muy elegante y sutil de decir “te lo dije”, “ya lo sabíamos” o peor aún, “pelmazo, ¡cómo no te diste cuenta!”. Pero a veces resumen un concepto de manera magistral y, como no puedo dibujar, por extensión (y contradicción) voy a señalar que un refrán vale más que mil palabras. De nada sirve esta pequeña introducción si no se establece un contexto adecuado desde el cual sacarle provecho.

Pues bien, el contexto lo constituyen dos equipos, dos arcos y una pelota. Así es, se trata del fútbol y uno bastante informal porque no hay especificación del número de jugadores por equipo: o sea, se trata de una pichanga. Esa interacción social en que se puede abusar de la creatividad porque los goles no tienen un efecto vinculante muy extremo.

En los terruños donde nací y me crié nunca fui considerado bueno para la pelota. Si bien era un defensa decente, hachero pero no mal intencionado, no tenía dominio o técnica como para llevar el balón, pasarme a algún jugador, hacer una pared y clavarla en el ángulo. Tampoco la autoridad como para, en esas extrañas ocasiones en que marcaba un gol, celebrarlo de manera exótica. No, lo mío era más conservador y se concentraba de la mitad de la cancha para atrás. Me llegaba la pelota y pase inmediato. Nótese que estas son referencias a un pasado (no necesariamente) mejor: me vine a los Estados Unidos y mi vida jurgolística cambió. Fue como haber comprado un pasaje por Llame ¡Ya! Y, junto con condenarme al estudio por varios años más, me convirtieron en un jugador Esso Crack.

La ecuación es simple y en el marketing y en eso de la responsabilidad social empresarial ya se usa bastante: se trata del Benchmark. Uno se compara con lo que tiene cerca, y según eso crea su imagen personal y de las demás cosas que lo rodean. Cuestión que bien han de imaginarse que la población de alumnos de postgrados que juegan soccer en una universidad gringa es, por decirlo de una manera muy optimista, mediocre. Señoras y señores, hace pocas semanas que no soy el único que se cree mis enganches (dos de los tres esguinces de tobillo que he tenido han sido consecuencia de mi incredulidad conmigo mismo) y ahora las gambetas, fintas y demás bellezas del mundo futbolístico no se burlan de mí.

Dos razones explican lo anterior:

1. Los niveles de pernismo que hay entre quienes escogen libremente seguir estudiando es altísimo. A contrario sensu de los principios que rigen la conducta adolecente, aquí los estudios son prioridad. Y, por lo mismo, el fútbol no lo es y por lo general no lo ha sido en la vida de estas personas. De pasar de ser los últimos en ser elegidos en la pichanga semanal pasamos a ser potenciales goleadores o gestores de una gran jugada. Imagínense un chancho en misa que por estudiar le cambian la iglesia por un barrial. Es lo mismo, pero con un chancho perno.

2. El soccer es un deporte menos desarrollado que el fútbol. Utilizando teoría de conjuntos, el soccer es un subconjunto del fútbol (tal como eso de que todos los patos son aves pero no todas las aves son patos), o utilizando lógica muy simple, ser bueno en el fútbol implica ser bueno en el soccer, pero lo inverso no se cumple (¡la implicancia no es lo mismo que la doble implicancia o la equivalencia!).

Si bien formalmente siguen las mismas reglas, el soccer tiene implícita una regla: se juega sin contacto físico. La marca no se ocupa y la tendencia infantil y deportivamente-irracional de seguir a la pelota donde quiera que esta vaya es práctica común. En el soccer no se estila eso de la dilación de las gratificaciones, de entender que por esperar un poco la defensa puede ser más efectiva.

Digresión 1. – de esa idiota idea que tuvo un gringo de poner murallas en la cancha para que la pelota no salga y pueda rebotar. Así se juega el Indoor Soccer (indor soker), una actividad que se parece más al ice hockey (ais jokei) que al fútbol. Si a esto le suman que a esta gente solo le gustan los deportes en que los partidos se definen con muchos pero muchos puntos (en básquetbol el promedio de puntos por partido supera los 150, en fútbol americano rodea los 45, en el Hockey sobre Hielo los ocho, en el Béisbol los nueve) tenemos algo que se aleja de la riqueza técnica del baby-fútbol. Por esta extraña obsesión, el Indoor Soccer se juega con una pelota más liviana, con solo cuatro jugadores y con goles de cualquier parte de la cancha, incluso
rebotes de las murallas. Se juega a pelotazo limpio, a correr detrás de la pelota y a meter muchos goles, lo que le fascina a los gringos.

No crean que por lo anterior considere que soy un buen exponente del balompié y que mi pasado de pernura fue superado. No señor, sigue tan vigente como antes, incluso potenciado por estas reflexiones. Aún tengo memoria (y según algunos también soy caballero, así que hasta ahí no más llegó ese adagio), por lo que mi marco de referencia (Benchmark) anterior sigue vigente.

Sigo creyéndome malo para la pelota y sigo siendo un perno latero y feliz (por opción, no por condición).

Digresión 2. – No sé si una acotación en el final del documento constituye una digresión, no se puede interrumpir el hilo del discurso si ya había terminado. Debería ser más bien una posdata, pero esto no es una carta que ya esté firmada. Esta digresión es una manera para superar las mil palabras en este arrebato de lata y matar ese adagio autorreferente que tuvo una vida muy corta. Cuéntelas, incluyendo el título, aquí hay exactamente mil y una palabras.

6 comentarios:

Mi vida en 20 kg. dijo...

El que sabe, sabe.... y el que no...lo intenta...
Mabruk!!

Anónimo dijo...

epílogo ?

El que no aporta dijo...

Montt, soberana lata la que ha dado. En todo caso, sé de lo que habla.

Recuerdo un viaje al extranjero con un amigo, en el que jugábamos pichangas en uno de esos extensos parques del primer mundo. Pese a que acá no pasábamos de ser jugadores del montón -sin llegar a ser demasiado malos, diría que del lado de abajo del montón- en esas tierras causamos sensación con nuestras fintas. Además, como no hablábamos el idioma, necesariamente debíamos jugar juntos, por lo que la profusión de paredes simplemente los enloqueció.

Comentario aparte merece nuestro desempeño cuidando el arco -levemente mejor que como jugadores de cancha- porque el timing para volar hacia una pelota era algo desconocido para nuestros ocasionales compañeros.

Tiempos aquellos. La última vez que me vestí de corto para una pichanga salí con una esguince de tobillo, por pisar -sin intención- a un rival más joven. Que por cierto, ni se enteró del pisotón. Cosas del fútbol.

A.B. dijo...

De sólo contemplar la extensión del texto me embargó la más profunda lata. Ha cumplido Ud. su propósito sin la necesidad de que lo lea.

Fran dijo...

Uf...

montt (el que no dibuja ni palitos) dijo...

Mi vida en 20 kgs.,

o bien pregunta, o bien renuncia, o bien toma mate, o bien... es árbitro (¡cómo me gustaría ser árbitro!).

...

Florencia,

Epílogo, cierto. Pero los epílogos no los lee nadie y cuando se leen dejan con un gusto a poco, parecen más una manera antojadiza de complacer al editor más que al lector.

...
El que no aporta,

Verá usted que ahora juego de arquero en esto del indoor soccer. Eso de achicar, de tirarse al suelo con movimientos y de no darle la espalda al pelotazo son estrategias innovadoras y revolucionarias.

Lo más triste de los esguinces es que delatan al que es mediocre, porque el buen jugador, cuando se lesiona (si es que se lesiona) es porque lo lesionan, lo que implica una rotura de ligamentos, de rodilla u otras lesiones más glamorosas.

...

Andrés,

La idea es explorar las profundidades y abismos del aburrimiento, así que no se detenga. No se sienta amenazado, es esta una aventura inolvidable.

...
Fran,

¿Mucha palabrería para decir lo obvio? Es mi vocación.